Un Mundo en Construcción

¿Qué está pasando en Siria…y en el Asia Occidental?

Sergio Rodríguez Gelfenstein

La inestabilidad en Asia Occidental, orquestada por potencias extranjeras, busca fragmentar la región y controlar sus vastas reservas de energía.

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Como se ha hecho habitual, paradójicamente los grandes medios corporativos trasnacionales de la información… se están dedicando a la desinformación. Esta aseveración es especialmente aberrante cuando se habla de los acontecimientos en Asia Occidental. Aunque la tergiversación de los hechos es una práctica cotidiana, en la actualidad esta situación es atroz cuando se trata de reconstruir las vicisitudes y las acciones que están sucediendo en la región desde hace dos años y medio.

En los últimos días, los hechos en Siria cubren el espectro informativo sobre la región. Como si el genocidio en Palestina o la agresión permanente contra el Líbano y la retórica belicista contra sus vecinos se hubiera detenido, como un todo único, la falsificación de los hechos oculta el verdadero trasfondo del asunto.

La situación geográfica de Siria y su ubicación a medio camino en el cruce de pueblos y civilizaciones ha hecho que a través de la historia sea una joya invaluable para quienes aspiran con hacerse del control de la región. La presencia de pueblos diferenciados en algunas zonas del país ha establecido áreas tradicionales de influencia de corrientes, líderes y tribus con identidad, cultura e historia propias. Así por ejemplo, los kurdos se ubican al norte, los drusos al sureste, los alauitas en la costa del Mediterráneo y los sunitas en el sector central.

Esta situación que había sido estabilizada sin grandes conflictos durante el gobierno de Bashar el-Assad, fue destruida por la intervención extranjera que, estimulando diferencias sectarias y religiosas en favor de sus intereses, generaron la división y con ello, la desaparición de tal seguridad sustentada en el equilibrio.

Más allá de cuál ha sido y cuál será la dinámica interna en Siria, tres poderes extranjeros han jugado sus cartas para generar la situación actual: Israel, Estados Unidos (con Francia como apéndice) y Turquía.

Como he dicho en otras ocasiones, en el mundo de hoy es casi imposible analizar un escenario aislado y marginado de otro o de otros. De igual manera he referido que todo hecho internacional se debe analizar en sus tres dimensiones: local, regional y global si se quiere conocer en realidad los sustentos que lo han motivado y las repercusiones que tiene o puede tener.

De manera que en este texto, se intentará analizar este complejo escenario desde una visión holística que es la única que puede aportar pistas para su discernimiento.  A pesar que en noviembre del año pasado se acordó un cese al fuego entre Israel y el Líbano, la entidad sionista ha irrespetado innumerables veces tal acuerdo. Estados Unidos y Francia, garantes de este, traicionaron su compromiso permitiendo que la agresión que ha causado la muerte de cerca de 400 ciudadanos libaneses se lleve a cabo con total impunidad.

Este acuerdo debía ser una extensión de la resolución 1701 del año 2006 del Consejo de Seguridad de la ONU, firmada tras 34 días de conflicto bélico motivado en la invasión del Líbano por Israel. Dicho acuerdo estableció el cese completo de las hostilidades y la retirada de todas las fuerzas de Israel del Líbano. En esa ocasión, Israel no logró sus objetivos: destruir al movimiento chií libanés Hezbollah y -lo que denominaban- “desmilitarizar el Líbano”.

Esta situación no resuelta, tras el incumplimiento por parte de Israel de la Resolución 1701, funciona como una “espada de Damocles” para las intenciones de estabilizar la región. En el contexto actual, Thomas Barrack, enviado especial del presidente Donald Trump para Siria ha insistido en la obligación del gobierno libanés de desarmar a Hezbollah y la resistencia libanesa amenazando a Beirut con que, en el caso de no hacerlo, van a destruir al Líbano para incorporarlo a Siria. En los hechos, de consumarse este ultimátum, significaría el fin del Acuerdo Sykes-Pycot que desde 1916, a partir de la perspectiva europea instituyó un control de la región a partir de diferentes cláusulas que establecieron una forma de garantizar sus intereses a cambio de una supuesta estabilidad que nunca ha funcionado.

La inestabilidad necesaria que Occidente requiere para sostener sus intereses en la región se ha mantenido en años recientes. Desde la primera guerra del Golfo (1990-1991) pasando por la de Irak (2003-2011), Afganistán (2001-2021), la mal llamada primavera árabe, iniciada en 2011 y aun no concluida, la guerra contra Yemen emprendida en 2015, el permanente acoso transformado en genocidio del pueblo palestino por parte de la entidad sionista, los intermitentes ataques israelíes contra el Líbano, hasta la intervención turca en Siria y las guerras contra el terrorismo de al Qaeda e ISIS en Irak y Siria, entre otras, todas persiguen el objetivo de mantener la inestabilidad en la región en la búsqueda de su debilitamiento, fraccionamiento, dominio y control.

Para Estados Unidos, la agenda estratégica gira en torno a la necesidad de garantizar su estabilidad energética. En esa medida, los centros productores de petróleo son fundamentales por lo que están en su mira permanente. Ello es lo que explica su protagonismo en Asia Occidental, donde se concentran las mayores reservas del planeta. De esta manera, también se revela su presencia protagónica en el conflicto de Ucrania. En este plano además, debe involucrarse a Venezuela, sin embargo por tratarse –en este caso- de un país del hemisferio occidental, ubicada en América Latina y el Caribe, región considerada por Washington como su “patio trasero”, la dinámica adquiere otras características que no serán tratadas en este escrito.

Al unir estos factores, se puede ir dando respuesta a la pregunta de ¿por qué Siria? Mucho antes del actual conflicto, incluso con anterioridad a la guerra del golfo, ya existían planes para la construcción de dos oleoductos, uno desde el Golfo Pérsico, pasando por Irak, Siria hasta Turquía desde donde se abastecería a Europa. El segundo, entre otras cosas, motivó el golpe de Estado en Irán en 1953 contra el primer ministro Mohamed Mosaddeq después que este nacionalizara el petróleo y se negara a ceder ante las demandas occidentales siendo definitivamente desechado tras la revolución islámica de 1979. Hoy, existen varios proyectos de poliductos que tienen su origen en el Golfo Pérsico para llevar energía a Europa: todos pasan por Siria.

Dando continuidad a estos proyectos, muchos años después, en 2011, casi simultáneamente con la “primavera árabe”, una gran conspiración occidental ideada -una vez más- para debilitar la región y apoderarse de sus grandes yacimientos energéticos, Estados Unidos y la OTAN diseñaron, organizaron, financiaron y ejecutaron un golpe de Estado en Ucrania con el mismo objetivo, pero esta vez dirigido contra Rusia a fin de eliminarlo como proveedor seguro de energía a Europa. Se traba de que los recursos energéticos provinieran del Golfo Pérsico, región en la que países controlados por monarquías medievales conservadoras, son fácilmente manipulables por Occidente.

En un primer momento, tras la desaparición de la Unión Soviética y la debilidad de Rusia en tiempos de Yeltsin (últimos años del siglo pasado) el modus operandi fue instigar a las minorías nacionales y religiosas de Rusia -un país multinacional y multiétnico- para que se rebelaran contra el Estado central ruso. Esta intentona fracasó, razón por la cual, transitoriamente los esfuerzos occidentales se trasladaron al Asia Occidental.

Bashar el-Assad fue conminado por Occidente a dar su aprobación a los gasoductos y oleoductos. Pero siempre se negó y resistió. Eso es lo que explica que la “primavera árabe” iniciada en Túnez, después de recorrer varios países y propiciar el derrocamiento de Muamar Gadafi en Libia (otro gran productor de petróleo) “aterrizara” en Siria. Esta negativa de al-Assad es una de las razones que puede explicar el golpe de Estado en Ucrania en 2014. Es también la causa del involucramiento directo de Rusia en el conflicto. Moscú comprendió que el objetivo estratégico de esta intervención militar era Rusia, no Siria.

Ahora, tras la caída de Bashar el-Assad y el genocidio en Gaza, el plan de los oleoductos ha sido retomado. En ese marco, el terrorista al-Golani, devenido en presidente de Siria, actuando como instrumento de Estados Unidos e Israel, recibió órdenes de estos para atacar la provincia Sweida que cuenta con una numerosa presencia drusa. En Siria, los drusos solo representan el 3% de la población pero no son monolíticos y están políticamente divididos, lo cual “ayuda” a las acciones de los terroristas ahora transformados en gobierno. De hecho, una de las corrientes drusas apoya a al-Golani y otra a Israel, su líder es Hikmat al Hijri, curiosamente nacido en Venezuela. Un tercer sector es nacionalista y mantuvo buenas relaciones con el gobierno de al-Assad.

Al-Golani no ha podido gobernar. Su variopinta alianza está plagada de contradicciones por intereses distintos de secta, etnia y pertenencia. Tampoco es que le interese mucho el devenir de la gestión gubernamental. Sostenido en el poder por Estados Unidos, Israel y Turquía se ha dedicado a masacrar a las minorías, primero a los kurdos en el norte, después a los alauitas en la costa y ahora los drusos en el sur.

Para atacar Sweida, al-Golani está utilizando a un contingente sunita de la vecina provincia de Daraa, fronteriza con Jordania, tribus de beduinos que se han asentado en los alrededores de Sweida y las fuerzas armadas del régimen formadas en un 40% por terroristas extranjeros ( la mitad de los cuales son uigures venidos de China y Pakistán, y el resto afganos, chechenos y daguestanos, entre otros), otro 40%, terroristas locales, leales a al-Golani que combatieron  junto a él y se mantuvieron en armas mientras controlaban la norteña provincia de Idlib contra al-Assad y el 20% restante, miembros de grupos armados de diferentes tribus y corrientes musulmanas que lo apoyan, sumando una fuerza de hasta 60 mil hombres.

El objetivo de los ataques gubernamentales a Sweida es legitimar la intervención israelí en Siria bajo el pueril argumento de que los beduinos y las tribus de la provincia atentan contra la seguridad y la tranquilidad del país. En realidad, en esta suerte de lealtades y traiciones mutuas es al-Golani quien maneja a estos beduinos para generar tal inestabilidad, cumpliendo así las órdenes de Washington y Tel Aviv. Ni una sola acción ha emprendido el actual gobierno sirio en contra de la descarada intervención militar sionista en el país.

En el trasfondo de este complejo conflicto, Sweida se ha venido a transformar en piedra angular de los intereses de actores internacionales que confluyen en la región: Israel desea construir un espacio de seguridad del territorio palestino ocupado al que han denominado “Corredor de David” y Estados Unidos, por su parte, se propone apoderarse de los ricos yacimientos petrolíferos de la región. Turquía ambiciona la construcción de los oleoductos y gasoductos, todos los cuales pasan por su territorio, lo que podría generar ingentes ingresos para Ankara.

Pero, el interés de Estados Unidos e Israel va más allá. Su objetivo estratégico es desmembrar a Siria, creando cuatro microestados de carácter racial y religioso que permitan justificar la existencia étnica, racista y supremacista de la entidad sionista. Estos pequeños Estados, fácilmente controlables, sobre todo si se instalan en su gobierno “líderes” como al-Golani leales a Washington y Tel Aviv, posibilitarían la realización de los planes estadounidenses y sionistas en la región de llevar adelante el plan expansionista de creación del “Gran Israel” y concretar lo que denominan el nuevo mapa del Asia Occidental.

En este marco, Siria quedaría dividida en un sector kurdo al norte bajo influencia turca, otro conformado por alauitas en las provincias costeras de Latakia y Tartus, un emirato islámico controlado por al-Golani en el centro del país (con una zona “desmilitarizada” de amortiguamiento y seguridad) y un corredor israelí-druso en el sureste en las fronteras con Jordania e Irak.

Si este plan se llegara a ejecutar, Siria y toda la región sería fragmentada, facilitando la apropiación de las grandes reservas de energía por parte de Estados Unidos y Occidente. De acuerdo con esta idea, esto posibilitaría desechar definitivamente a Rusia como abastecedor de Europa. Ese papel lo asumiría el Golfo Pérsico a través de Siria y Turquía.

Precisamente, el involucramiento de Turquía en este conflicto se relaciona con su interés de ser puente para el tránsito de la energía del Asia Occidental hacia Europa. Eso explica también su protagonismo en las acciones que derivaron en el derrocamiento de al-Assad. El proyecto de los “Hermanos Musulmanes”, organización a la que pertenece el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, ha sido desde siempre transformarse en interlocutor de los musulmanes del mundo. Pero para cumplir ese objetivo necesitan un Irán debilitado. Es lo que desearían y es lo que no han podido lograr.

En una mirada amplia del asunto se podría concluir que los acontecimientos recientes en Sweida no solo pueden observarse desde una dinámica local, sobre todo debe comprenderse que ellos se inscriben en el interés de Estados Unidos de perjudicar a Rusia y apoderarse del petróleo de la región; de Israel de construir su Corredor de David para dotarse de un anillo de seguridad que además fragmente mucho más al mundo árabe y de Turquía, para obtener ganancias de los poliductos y conseguir un protagonismo que le reconozca como líder de los musulmanes.

Este plan no se ha podido cumplir por la férrea oposición de Irán y el eje de la resistencia que en Irak, Líbano, Yemen y otros países a través de sus pueblos se oponen a tal designio imperialista y sionista. Siguiendo este derrotero, es probable que los próximos objetivos de este macabro plan sean Jordania y sobre todo Egipto. Este país posee uno de los más grandes ejércitos del mundo que además es dueño de un fuerte sentimiento nacional. Los últimos meses han sido testigos de un acercamiento entre Irán y Egipto que en caso de concretarse, se transformaría en el más fuerte valladar en contra del plan imperialista.

En este sentido, vale recordar la advertencia de Mohamed Hassanein Heikal considerado el periodista más relevante de la historia árabe contemporánea, así como uno de los creadores y fieles defensores del panarabismo. Heikal, un sunita egipcio, defendió el concepto de que la revolución iraní había abierto una puerta hacía la idea de que un gobierno islámico podía ser la solución a los problemas de muchos países árabes y que Egipto había cometido un grave error al abandonar a Irán, afirmando que la única salvación de los árabes y musulmanes era una alianza estratégica entre Irán y Egipto. Este es el mayor temor de Occidente. En este sentido, las acciones que están realizando en la región en la actualidad, van también encaminadas a impedir tal posibilidad.

Sin embargo, han cometido algunos errores que apuntan en sentido contrario. La transferencia de las islas de Tirán y Sanafir a Arabia Saudita en 2017, provocó controversia y protestas en Egipto, ya que algunos consideraron que se estaba vendiendo territorio nacional, mientras que otros argumentaban que las islas pertenecían históricamente a Arabia Saudita. Estas islas ubicadas en el mar Rojo tienen gran importancia estratégica debido a su situación geográfica en la desembocadura del Golfo de Aqaba, que es una vía marítima vital para el transporte, el comercio y el turismo. El ejército egipcio acató la decisión gubernamental, pero ahora, cuando Riad pretende entregar parte de las islas para que Estados Unidos pueda construir unas bases militares, ha surgido un gran malestar dentro de la institución militar egipcia.

Así mismo, no han visto con buenos ojos que por instrucciones de Estados Unidos, los países del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) redujeran su colaboración con Egipto después que este los protegiera de manera decisiva durante diversas coyunturas acaecidas en la región.

Toda esta situación pareciera estar configurando una nueva correlación de fuerzas en la región cuando potencialmente podría crearse una alianza entre dos países que en conjunto suman una población de 200 millones de habitantes y cuentan con unas fuerzas armadas de 2.548.000 soldados entre el servicio activo y la reserva. Así mismo, ubicadas en los flancos este y oeste de la región, tienen en el medio a Israel y controlan en derecho el estrecho de Ormuz y el canal de Suez y de hecho el de Bab el Mandeb, los tres principales nudos que pudieran impedir el paso fluido de la energía de la región hacia Occidente.  En este contexto, la desmembración de Siria y del Asia Occidental y la construcción de oleoductos y gasoductos que pasen por este país es de importancia estratégica.

Esta es la situación y estos son los actores, el resto, ni siquiera Arabia Saudita cuenta para estos menesteres. A las monarquías medievales de la región solo les interesa acumular el dinero que les permita sostener su riqueza, mantener el control de sus países a cualquier costo, entregando al pueblo el mínimo necesario para proporcionarse estabilidad interna. El problema palestino, árabe y musulmán no es de su incumbencia si esto llegara a alterar el estatus quo, sobre todo porque podría generar malestar a los países occidentales que, a través de la presencia de sus fuerzas armadas les permiten el control y el dominio de sus pueblos.

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